Jhon Deivy Torres Vidal

ATMÓSFERA MARINA

El cielo es un remanso, escaso y blanco,

a trechos dividido y a lo lejos

por el azul vidrioso del espacio.

Aún ninguna estrella ha lagrimeado.

La densidad de nubes, en reflejo 

de un mar tranquilo que atardece y llama,

desfila y baja hasta la altura media

donde antes se unían tantos pájaros.

Un puntito violeta se oscurece

en el centro del sol que se desplaza

como un yo-yo ya roto en la penumbra

hacia el grisáceo espejo del océano.

También parece el astro un puño esférico

cayendo lentamente con luz blanca

con el afán de hundirse entre las aguas.

Un muelle alzado en diagonal extensa

por tantos pies inmóviles de hierro

extiende un lomo de madera, avanza

hacia el relieve de las olas diarias.

Entrando hacia la noche se dispersa

la brisa feble, el vientecillo lacio.

Una sola gaviota oscurecida

en el borde de espumas se camufla.

Entre áurea y oscura, húmeda y seca,

la orilla indefinida borra espacios

y las huellas de todos, aun las mías 

que besaban los flancos de las tuyas.