El Quijote de la Rosa

Adobes...

Tus manos grandes y fuertes que cortaban a fuerza de pico y pala la tierra reseca por el sol, manos que cargaban carretillas con ruedas de madera para ir llenando de tierra la \"cancha\", donde mezclada con paja, agua  y esfuerzo, esa arcilla se iba transformando en adobes, que en filas interminables ibas dejando secar al sol.

Despues de unos dias, tus manos y mis ganas de aprender, iban formando la pirámide del horno, hasta 10000 adobes formaban aquella pirámide roma que tus manos recubrian con barro húmedo y fresco. Las 8 bocas de las hornallas  se íban llenando de leños  y  ramajes de eucaliptos acacias y talas.

Al caer la tarde cuando el sol ardiente del verano dejaba de alumbrar , era el fuego de tus hornallas que alumbraba el entorno.

  Doce horas, toda una noche sin dormir, tus manos no paraban de alimentar aquellas bocas insaciables, que elevaban al cielo su luz y calor.

Cuando el sol despuntaba el alba y el mate amargo era el único refugio contra el sueño que ganaba terreno, tus manos seguían trabajando sin parar.

Con las hornallas aun ardiendo tapabas sus bocas con barro para que el calor solo pudiera subir por el interior de la pirámide.

Así durante 4 dias tus adobes iban cociendose y transformando su gris negro en rojo color.

Esos días eran fiesta para mi, verte erguido con tus manos ennegrecidas por tanto amasar barro, ver tu sonrisa grande cuando despues de una semana comenzabas a descubrir tu \"horneada de ladrillos\",  rojos y plateados pasaban entre tus manos y ojos expertos, formando pilas en la caja de tu viejo camion. Te acomodabas el sombrero de paja, limpiabas el sudor de tu frente y me decias aquella frase que esperaba siempre con ansiedad. \"me acompañas al pueblo para entregar  los ladrillos \". Antes que te dieras cuenta ya estaba montado en la cabina de tu viejo chevrolet del 39.

Cuanto saber, cuanto coraje había en ti. Cuanto aprendí al ver esas manos que del barro construyeron cientos de casas en mi tierra.

Cuanto orgullo tengo por ti abuelo Ramírez,  tus ojos claros, tu mirada franca,  tus manos callosas de tanto trabajar la tierra fueron siempre un ejemplo a seguir.

Hoy un muro de ladrillos me trajo los mejores recuerdos de mi infancia y juventud junto a ti y tus hornos de ladrillo.

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