Sé, en el silencio profundo de mi ser, la luz que me ilumine, que guíe mis pasos, mi estrella polar.
Serás hoy y siempre el motivo principal de mi inspiración, mi musa perenne, mi consuelo en las noches de soledad. Mi secreto bien guardado en el tibio baúl de mi intimidad.
Seguirás siendo el ser especial que vive en mis recuerdos, sobre todo, cuando la vida se hace cuesta arriba, cuando no vea el horizonte, cuando me sienta extraviado o derrotado. Tu sonrisa, tus ojos, tus manos me dirán (sin pronunciar palabra alguna): tú puedes, no te preocupes, has perdido una batalla más no la guerra. Reposa, recobra tus fuerzas. Después, álzate y, con la frente en alto, continúa tu caminar. Solo no estás. A tu lado estoy hoy, mañana y siempre.
Eres el café recién hecho que me despierta en las mañanas; el agua fresca que limpia y acaricia mi cuerpo desnudo, cansado, devolviéndole su lozanía; la arepita caliente y recién hecha que sacia mi voraz apetito, la hamaca que mese y vela mis sueños más profundos; el mango madurito que me entrega toda su dulzura, majar exquisito de sabor sin igual.
Mi amor eterno que deleita mi presente y se proyecta al futuro, derribando todos los muros, de mi ser incosistente. Por eso y muchas cosas más, repito una y mil veces: te quiero, te quiero, te quiero.