Oh bendito mes de Mayo
Oh bendito mes de mayo,
tiempo y senda primaveral,
huella perenne del trajinar,
donde el despertar
y el insomnio,
duermen en tu hora feraz,
florilegio de natalicios,
el sol y la luna atestiguan,
el germinar de idilios
para exaltar el color
de las etnias en su primor.
La luz y el fenecer
conjugan el florecer,
el oasis y el vergel,
el presente y el ayer
en tu esencia surreal.
En ti nace la tata
María Josefa,
la de oriente,
también brotan
capullos y azucenas,
nietos y nietas,
que coronan a mamá
como abuela sempiterna,
bendiciendo con arrullos
el papel de madre eterna.
Mayo y sus estelas,
el honor a las maternas,
en la existencia familiar,
eres la égida que reina.
De su vientre fecundo,
viene el alba y la noche,
el abrazo y el amor,
surge el mundo, el hoy,
cae el ayer con su adiós.
Así son sus días,
entre flores vivientes
y hojarascas caídas.
En mayo nacen
y marchitan jardines,
imborrables edenes
donde se vive y se muere.
Hace ya un año hubo
un encuentro fraterno
y una conversa sincera
con nuestra noble mamá,
sazonada con su voz,
consejos y bondad.
Era una tarde dominical,
que escondía el dolor
de su viaje multicolor,
antesala de su vuelo
al sagrado corazón.
El lúgubre momento,
trémulo y taciturno,
en su último respiro
vino después.
Su fulgor se apagó
en pleno conticinio,
el miércoles veintitrés.
Alzaste vuelo al cielo
a obrar con El Señor.
Todos con hondo pesar,
asumimos tu Asunción.
La sombra nos cobijó,
el dolor nos estremeció,
y solo tu paz, nos alivió.
Cundidos de unión
en medio de la pena,
caminamos abrazados,
hasta erigirte en flor
en el huerto de Dios.
En el sereno funeral
el cariño y la amistad
ofrendaban tu paz.
Tomados de las manos
oramos y cantamos,
mientras tu alma,
como cendal, flotaba
en los aires de la fe.
Oh mayo fecundo,
camino de la alegría,
el de una madre excelsa,
y su destino celestial,
que en uno de tus atajos,
con Dios se pudo abrazar.