La ciudad es, se ha convertido, en ese espacio o lugar de las costumbres colectivas donde nada o casi nada cambia si alguien, por lo general ajeno a ti, no lo decide antes; es un lugar de partidas y regresos de maneras ya autómatas; un lugar que ya no invita a pensar diferente a lo ya habitual, a lo ya impuesto desde la imagen o por lo que se piensa a partir de lo que otros dicen y creen y al final imponen.
La ciudad, las ciudades, serán en el futuro ese lugar de muerte fría y solitaria (ya lo es, Japón es el más expresivo de los ejemplos); lugar de campos de batallas de todos contra todos, lugar donde ya viven y vivirán los seres humanos e inhumanizados del futuro que ya hoy no tienen presente; seres humanos cuya supervivencia en el mañana se reducirá, quizás, a encontrar cortos ratos de felicidad.
En el futuro no existirán las naciones, sólo las ciudades de las que se lucharán por salir de ellas. Esto ya lo escuché en una ocasión hace algunos años: fue en París, un antropólogo que dijo: “En el siglo XXI el Ser humano volverá a las cuevas”. O sea, hay una esperanza.
Lázaro.