Entonces empezamos a soñar
porque solo esto nos había quedado,
soñar y perderse en unos sueños
enredados e inextricables,
sueños que no abolían la realidad
sino que la hacían más explícita y violenta,
de una violencia que nos arrancaba las vísceras,
las desenmarañaba y estiraba,
hasta que al final tuvimos la certeza
que habíamos topado con nuestro destino feroz,
el que nos estaba esperando desde siempre,
en acecho, como un sicario,
en el fondo de los últimos días
de nuestra vida, cuando ya
no teníamos más fuerzas para defendernos.