Columna en que apoyar
mi derrota.
Dulce derrota...
Viernes por la tarde.
Media tarde, rayando las seis,
una calle que se acicalaba
para salir, noche de baile.
Volvía a casa, él volvía
a ninguna parte, quizá
la próxima esquina que se
ofreciera acogedora.
Se me venía con un ligero
pendular, barba sin tiempo
y mirar perdido.
Mi sentir fue de lamento,
me pienso un bulto más
en su inexistente camino,
no me creo tan importante
para ocupar un segundo de
su etérea atención.
Juzgaría que la curva de su
caminar venía del alcohol,
olvidar todo esto debe de
ser lo primero...
Propongo un ejercicio de
empatía, observar tu ego
desde cualquier otra
ventana.
Apostaría a que, desde su
humilde atalaya mira libre
su jergón, su cabaña, abrigo
suficiente, Alejandro contra
las malditas convenciones.
Quizá me mire con lamento,
quizá diga al mundo sin el
sonido de la palabra mis
miserias, que sean más
míseras quizá...
Mi apostadero, mi barandilla
desde la que avizoro al otro
es falso de toda falsedad.
Su apostadero, su andanada
bajo palco preferente,
desde el que brotan vítores o
almohadillas, ese..., ese es el
que le vale.