De la celeste bóveda en los arcos etéreos
se va muriendo despacio la noche estrellada,
a lo lejos, en el horizonte del saliente,
nace poco a poco una débil llama rosada.
Por el aire se oyen ya trinos cautivadores
que endulzan el tímido asomar de la alborada,
en el leve frescor de la brisa matutina
se licúa el aroma de las rosas perfumadas
y sus efluvios diluyen mis amargas penas
que en el éter se sumergen del viento en las alas.
En el riachuelo brilla la plateada corriente
que se aleja cantando su risueña tonada,
con ella se van mis atribulados ensueños
hacia un inmenso océano de verde esperanza.