Tengo un niño dentro de mi
que es lunar y corazón perdido.
Es pálido nombre y actitud angustiosa.
No creció.
Sigue parado
y lleno de hilos pálidos.
No tiene sonido
y su fruto es cascara olvidada.
Es un niño rezumante de frio
y ojos llenos de zapatos olvidados
y de caminos tristes sin destino.
Tiene las calles de su memoria
ocupadas de domicilios en tinieblas.
En algún lugar de su inocencia
hay una tarta de cumpleaños
con velas de turnos negros.
Y adolescentes crecidos
que deliran en dulces hipócritas.
Es una región de lágrimas.
Un estado de dolor acostumbrado
y es un resplandor de vida…
ese mismo resplandor que olvidamos.
Ese pasto de vanidad que alimenta
estas rosas de nuestra creciente comodidad.
No hay nombres ni géneros en la explicación
ni tampoco dilatadas formas explicadas.
Esta legumbre de la vida.
Esta agrícola forma que da forma a los números
nos trae carretas de olvido
y facturaciones de para otro día.
Después de este polvoriento día
o de esta húmeda actitud
que se dilata en el olvido
apagaré la luz para dormirme
satisfecho del día cumplido.
Pero habrá un viento negro
en algún sitio
que azotará al niño olvidado
y yo seguiré con mis veranos de satisfacción.
Tengo un niño dentro de mi
que pasó,
pero hay otro niño que aun no pasó
y no conoce la seda de un beso
ni lo termal de un abrazo.
Y yo pude haber sido ese.
(A buen entendedor...)