Ciegos...
Atrapados en la ceguera a la que nos han llevado,
una vez nos han despojado de todo, atados
de mente avanzamos hacia la codicia
o lo que es lo mismo: hacia el
matadero de la propia
existencia ciega de
la vida.
Ciegos.
Todos, adoradores del ídolo de oro, avanzamos
y seguimos a cara descubierta libres de lazos
y ataduras regaladas, obsequiadas y
entregadas con el sutil veneno
de la necesidad
innecesaria,
espúrea.
Baldía.
Ciegos.
Ellos, y nosotros, saqueadores de la belleza;
dioses y semidioses del mundo, espejos
de todo lo que somos:
esclavos de esclavos,
deformantes,
codiciosos,
cómplices.
Vacíos.
Ciegos.
...Y ya ciego ocurre que, a veces, sentado frente al mar escucho lo que éste y durante siglos se ha cansado ya de decirnos; alcanzo oír los pensamientos sordos de la gente que pasa a mi derredor con la mirada gacha, silenciosa y pensativa; observando el suelo que pisa, signo inequívoco de que no hay miras lejanas, aspiraciones ni deseos de cambios: es la aceptación de un todo que ha sido preparado a espalda y a conciencia frente a nosotros con la seguridad que implica saberse con la inmunidad y la impunidad total. Y es difícil entonces, muy difícil, no sentir el silencio cómplice y aniquilante que rodea y cubre a la hermandad del asfalto.
Sabemos, pero no podemos. ¿O quizás es que podemos pero no sabemos?.
Lázaro.