¿Cómo describo,
sin sentir que muero,
mi sumisión?
¿Cómo les plasmo,
sin que el cielo llore,
que ella se fue?
Todo inició como una historia barata de amor, y con una apuesta a la felicidad.
Todo inició en la cúspide de mi tormento, cuando las primeras garras de la noche rompían el cielo de un bello día de verano.
Comenzó así
con mi epitafio
como primer juramento.
Apuntaste a mi yugular,
y luego un estallido…
Fue así, con una escopeta apuntándome que decidí avanzar
y caminar contigo
por un desfile mortífero
con los ojos vendados, sintiendo el metal desgarrar mi piel.
Te amé. Me amé.
Las verdades ambiguas fueron mi alimento
en cada “te quiero” falso encontraba satisfacción
para mi sed de amor. Forje paredes
y jaulas con tus fallos.
Convertiste en cuervos las mariposas
apagaste el fuego
y me volviste hielo.
Fuiste (y siempre serás)
la primer herida,
que nunca sana,
que siempre sangra.