Mi más sentido pésame, corazón, que realmente fue sentido.
Pues te sufrí en vida, lleno de sentimiento amargo disfrazado de dulzura.
Poderosa tormenta con máscara de día de verano y noche estrellada.
Me mostraste las más fabulosas estelas al horizonte en compañía, me hiciste estallar en éxtasis de urgencia, de calor, de ti, de sabor, de sonrisas.
Y ahora no dejas más que un rastro de cenizas, de lo que hiciste arder dentro de mí y reduciste a simple polvo, volátil como aquellas personas que me presentaste con mentiras.
Mitómanos narcisistas con tendencias anormales, simples mortales decían, pero eran demonios sin más llenos de sabiduría, qué bien supieron exprimir cada virtud de mí hasta extinguir cada una.
Y es por todos ellos que ahora te encuentras así, estéril, hostil, vacío, fúnebre, casi al borde de tu existencia.
Me has dejado un puñado de lecciones, bastante caras por cierto, nunca pensé que algún día mi conocimiento tendría el precio de mi calor y mi tacto, de mi sexo y mi placer, nunca imaginé que perdería eso tan hermoso que tenía, mi dulzura para querer, amar y no soltar...
Pero aquí estamos, tú, yo y lo que queda de ambos.
Mi fiel corazón desterrado del pecho, ¿Ahora qué hago si ya no te siento?
Ahora, dime cómo llamo de vuelta al llanto y como mínimo a la tristeza o mi fuerza, para ponerme de pie y seguir andando, sentir al menos eso y seguir respirando.
No tengo razón suficiente para entender cómo te atreviste a morir y dejarme vivir así...
Reír sin sentir sólo por saber y no creer que dejaste un enorme hueco aquí.