Un sujeto ya aburrido
charlaba con el predicado;
se quejaban de que el verbo
los había dejado plantados.
Y se pusieron muy gramáticos
al recordar viejos tiempos,
cuando el verbo era aguerrido
y disfrutaban de hazañas
y aventuras bajo el viento.
Cuando peleaban batallas,
cuando escalaban montañas,
y cruzaban grandes ríos;
cuando jugaban en la plaza
en aquellos tiempos de niños.
Pero en su vejez, el sujeto
comprende que ya no hay verbo;
que ya no hay energía para aventuras
y que ya su caminar es lerdo.
Pero el predicado no entiende,
y aunque se queje y grite,
por más que el sujeto le explique,
la senectud ha llegado;
y el verbo ya se ha olvidado
de aquellos tiempos soñados.