Dorados arpones cruzan tu azogado vidrio
en el frescor ardiente de la suave mañana
y en la clara brisa del rosáceo amanecer
dos grisáceas alondras vuelan sobre tus aguas.
Blancos algodones de aterciopelada seda
reflejan sus bucles en tu cristalina plata,
sus albas guedejas se engarzan como jirones
en los oscuros eclipses de las verdes ramas.
Entre tus cristales descienden los sentimientos
de los austeros hombres de las altas montañas
y ahora, a sus amargas penas, también se unen
mis suspiros y lágrimas.
Todos juntos en pos de un consuelo se alejan
por el azulado hilo de cristalina plata,
las dulces auras buscan
en los amargos abrazos de la mar salada.