Extendió sus alas y levantó el vuelo sereno.
Feliz la vi mientras se perdía en el horizonte inmenso.
¿Quizás dónde irá? ¿Cuál será su ruta de vuelo, su destino?
Un sensación profunda me atrapó en aquel instante, sentimientos que se encontraban y se desbordaban a través de mis ojos.
Me sentí contento por ella, pero triste por mi. Se iba para siempre, lo presentía, y yo me quedaba en la orilla de una playa solitaria.
Comencé a caminar sin rumbo. Mis pies descalzos jugaban con infinidad de granitos de arena. La mar los lamía de vez en cuando otorgándole un frescos sin igual. La risa besaba mi frente, mientras el salitre impregnaba mis vestidos. La tarde declinaba, el sol regalaba generoso sus últimos rayos, al despedirse, besaba con ternura a su amada. Un momento mágico.
Querer también implica saber decir adiós. Dejar que el otro siga su rumbo. Nadie te pertenece, si siquiera tus hijos, nadie, absolutamente nadie.
Dura la sensación de vacío que se siente, de soledad, de desconsuelo. Quiero llenarla con los momentos de alegría, de gozo, de bienestar que se han vivido y compartido. Esos son pequeños tesoros que guardo en el baúl de mi existencia. La satisfacción de haber amado suplanta todo dolor o tristeza.
Aquí sigo, oteando al horizonte. Las estrellas comienzan a verse, nunca la tinieblas serán absolutas, porque ellas existen e iluminan. Hace falta un poco de oscuridad para poder observar, contemplar y admirar la maravilla de la vía láctea.
Respiro profundo, suspiro. Aún con los ojos plenos de lágrimas, repito una y mil veces: gracias, gracias, gracias…