El sol se ha escondido en la
violácea montaña
y tus diáfanos vidrios han mudado su luz
en topacio esmeralda.
En las elevadas cumbres aún arde el fuego
de ruborosas llamas
que en el resplandeciente fulgor del mediodía
bruñía tu azogado espejo en añil plata.
Tu melancólico lecho cruzan raudas sombras
que persiguen el aura, en la noche estrellada,
de los etéreos duendes
que perturban tu calma.
En los tersos cristales, fríos y relucientes,
de tus límpidas aguas,
caen como gotas de rocío en la noche azul
los suspiros de mi alma.