No te he dejado nada
en la mesa. He barrido
todo, hasta las migas,
las mínimas migajas,
y ese poco de salsa que había quedado
pegada al plato.
No te he dejado nada. Lo he cogido todo.
Lo he consumido todo. He limpiado el plato
con un pedazo de pan. Sé
que nunca jamás volverás. Me he convencido
de que es una necedad dejar
el vaso con un dedo de vino en la mesa
para atraerte: ya no sientes ni hambre ni sed.
Son cuentos de hadas esos
que nos contamos sobre nuestros pobres muertos
que seguirían sufriendo nostalgia y añoranza.
Ningún muerto ha vuelto para recoger
una migaja de pan de la mesa o beber
una gota de vino
olvidada en el vaso.
Solo nosotros los vivos
sentimos el hambre y la sed
y la desesperación de estar vivos.