Walter Trujillo Moreno

PASEANDO POR RÜGEN DEL PRESENTE Y EL PASADO

Paseando por la playa blanca de Prora,
con la mente y oídos llenos de “dolor del amor”, música melancólica de Fritz Kreisler,
buscando la unión del sol, el mar, el cielo y el monje solitario de Caspar
me tropiezo con una concha llena de perlas y pasado,
la arena llena mis zapatos, quizá la arena que removí otro día
la mar se vuelve verde, azul y oscura.

 

Al caminar intentando describir lo que ingresa por mis ojos,
los árboles caídos,
los árboles rectos
los árboles de más de mil años,
me acerco al borde del bosque,
me siento en la silla del rey,
contemplo las rocas blancas de tiza,
despierto en un instante de Caspar David Friedrich pintando el horizonte,
sus representaciones ingresan al mar en busca de los veleros minúsculos
camino al fin del mundo.

Tropiezo con las playas de piedras que se pierden en el mar verde,
azul y a veces amarillo,
me lastimo al intentar cruzar un tronco seco y envejecido por los años,
a la orilla cisnes silvestres grandes como Zeus emanando rayos,
hunden sus cuellos blancos,
 picotean incesantes las algas y minerales de las piedras.

Llegando al fin del continente, un espacio extraño,
lleno de zozobra y pasado no descrito,
intento imaginarme,
veo a hombres vestidos de verde persiguiendo a alguien,
se tropieza con las rocas y cae al agua espesa y profunda,
el final se ahoga y muere sin tumba ni esperanza.

Recorriendo la calle de un pueblo extraño,
un cuento abierto, casas de colores y formas raras,
viviendas para enanos y brujas,
sus cubiertas son de paja dura, casi como en la edad media,
rodeadas de flores de colores y formas curiosas,

Me siento cautivado por los faroles de colores que se cruzan por mi mente,
en ella existen celestes,
rosados,
amarillos y blancos;
en la realidad son rojos y verdes,
todos ellos cumplieron una misión,
salvar vidas y conducir las almas al más allá.

El mar, las tizas, los veleros,
me recuerdan a mi hijo el navegante,
luchando contra las nubes gigantes,
 los vientos rabiosos,
las corrientes cambiantes,
el sol ardiente y el horizonte oscuro.

Cierro los ojos y despierto en medio un cuadro,
 cubierto de colores grises y de cristal opaco,
lleno de dimensiones de un universo que se expande y crece,
rayas coloreadas, anchas y delgadas,
en una placa de plata se lee lo siguiente:

Mis ojos cuelgan de tus campanas rosadas,
mi dedos se pierden en tu ardiente infierno
mis sueños se enredan de tu cabello inquieto y rubio
me dan ganas de detener el tiempo
deshojarte  sin pensarlo
poseerte mil veces si es posible.

 

Por Walter Trujillo Moreno, Junio 2019