Ayer quebraba mis impulsos juveniles, estaba en el limbo el recuerdo de mi mujer gris. Cuando mis acostumbrados pasos rutinarios rompieron nuestro deseo carnal, me arrojé a un azaroso camino encantado, fue aquél preciso momento en el que se fraguó la fascinación de unos ojazos tapatíos.
Quién lo diría,
conocí la voz que me acompañó placenteramente,
hoyuelos de mejillas ruborosas,
clímax en mi vida al punto de quiebre,
flor, sin arrancarle de su tierra,
la pólvora que calcinó mi tedio.
Años que la novedad van nublando,
la dulzura va tiñendo de un hartazgo como entonces.
Ciertamente no es igual, una especie de inercia nos ata,
Tal vez el remanente de otros tiempos,
O el deseo de esa novedad yerto.
Sus ojazos tapatíos,
son el brillo que me tienta,
Oh, sí, qué deseo me atañe, qué figura
Juventud vuelve restaurada, vuelo de mis párpados en mi sueño aliviado,
este idilio sin palabras es mi vitalidad devuelta.
Quisiera detener mi brújula errática,
aproximándome al desastre,
mi corazón obnubilado, en el abismo se sumergía
a profundidades insalvables
En las profundidades de sus ojazos tapatíos.
A medio camino me vislumbro el resto de mis días en sus brazos todavía, nada me importa, se olvida todo en un éxtasis, se olvida todo con dos manos enlazadas, más aún.
Cierta tonalidad, de admitir es hora, la dueña de los ojazos tapatíos se volvió gris,
La ensenada sempiterna de ensueño para mis naufragios,
únicamente fue codiciada perla que pago con los años de mi vida.