en memoria de Miguel Ángel Jusayú
Así que un tiempo vivíamos en el cielo
y cuentan que eso debía ser placentero.
Éramos todos muy jóvenes, entonces,
jóvenes y con hijos pequeñitos.
Lo raro era que no había ningún viejo
como si fuéramos los primeros hombres
y las primeras mujeres en el mundo.
A lo mejor el mundo había nacido
recién o entonces no se envejecía
o era un tiempo anterior a la muerte,
o un tiempo antes del tiempo, no lo sé.
Se la dejo a ustedes la respuesta.
Este es un cuento de veras muy antiguo.
Sin duda algún viejo lo escuchó
de la boca de su abuelo o de su abuela
que a su vez lo escucharon de sus viejos.
¿Por qué pues bajamos de allá arriba?
¿Cómo ha podido suceder
que bajamos del cielo a la tierra
donde se envejece y se muere?
¿Por qué preferimos la vejez y la muerte
a ese paraíso en las nubes?
¿Es creíble que uno de nosotros
vio, como cuentan, un agujerito
en el piso de nubes del cielo
y miró a través del ese agujero
descubriendo los campos y los cerros
los valles las lagunas y los ríos
poblados de pájaros y animales
en el mundo que se veía allá abajo?
¿Es creíble que entonces decidió
pasar a través de ese agujero
colgando de un bejuco y descendió
hasta pisar la tierra con los pies
aún no acostumbrados a las piedras,
a las espinas de los matorrales,
al cieno de los charcos,
para cazar, matar, descuartizar,
asar la carne en un fuego de leña?
¿Es posible que haya sido éste
el comienzo de toda nuestra historia?
¿Que nos haya llevado y traicionado
nuestra avidez, nuestro deseo imparable
de cambiar nuestra vida y la ilusión
de otro mundo mejor que nuestro mundo,
como si el nuestro no fuera ya bueno?
Es la mismísima historia que siempre.
Sentimos un odio inaguantable
por nuestros vecinos porque tienen
o nos imaginamos que tienen
terrenos mejores, más fértiles,
animales mejores que los nuestros,
mujeres más lindas, jardines
con flores mucho más perfumadas.
Por eso los atacamos y matamos,
les robamos las mujeres y las tierras
como si en este vasto vasto mundo
cubierto de selvas sin fin
no hubiera espacio suficiente
para ellos y para nosotros.
Bajamos del cielo a la tierra
y llevámos la muerte aquí en la tierra.
Esta es una historia muy antigua
como la viene contando y cantando
el más humilde de todos nosotros,
un tipo harapiento y con los pies
sucios, cubierto de costras, petulante,
mientras se rasca la cabeza, sentado
en el cordón de la vereda, en el polvo,
también él muy perplejo, como yo,
que trato de poner por escrito su cuento.