Detengo mi camino meditando
lo triste que se mira la pradera;
la misma que de joven me ofreciera
su fuente cristalina y refrescante:
Observo del madroño ya marchito
las hojas que navegan por los vientos,
llevando con su vuelo sentimientos
que dieron a mi vida paz constante.
Contemplo aquel jardín que otrora fuera
el nido de radiantes mariposas,
que junto a las gencianas y las rosas,
me daba su perfume y su belleza:
Escucho del canario su lamento
con trino de nostalgia revestido,
pues lleva en sus acordes el latido
de pálidos recuerdos de tristeza.
Aquellas esplendentes primaveras
perdieron ya la magia de su encanto;
los años van cubriendo con su manto
los sueños que se vuelven utopía:
Se quedan solamente pesadumbres,
de aquellas ilusiones que nos dieron
las horas mas felices, y que fueron
del alma su mas dulce sinfonía.
Lo mismo que florecen los geranios
que cubren con su aroma la alameda;
el halo del ensueño siempre queda
prendido al corazón de forma intensa,
mas todo de repente va perdiendo
el brillo de la luz que lo engendrara;
tornándose la nube, limpia y clara,
en fosco nubarrón de niebla densa.
Por eso nuestras penas las rumiamos
en medio de borrascas y misterios,
buscando de la vida los salterios
que llenen horizontes de fulgores:
Cargamos con dolor grandes heridas
y vamos por las olas navegando,
igual que marineros, que remando
enfrentan con coraje sus temores.
Autor: Aníbal Rodríguez.