¡¡¡No quiero volver a verte nunca más!!! Fueron sus últimas palabras, antes de echarme al jardín y cerrar la puerta.
Pensé que no lo decía en serio, que se le pasaría, que era uno más, de sus enfados por mis travesuras.
Ya había ocurrido muchas veces, pero siempre acababa perdonándome. Y cuando volvía, me recibía con mi comida favorita, caricias y mimos.
Pero esta vez va en serio. Llevo una semana en el alféizar de la ventana, maullando y arañando el cristal.
Élla parece ignorarme, quieta, tumbada en el suelo, con los ojos muy abiertos, como mirando sin verme.