La luna, caballo y espanto,
forma arreboles sobre las sitiadas
ciudades, y, cansada de todo,
ameniza las fiestas en los hogares.
La noche, espacio en blanco,
por donde pasan lejanas las sombras
azules, las cáscaras vacías de almendras
y naranjas, un cuerpo ha soñado y vencido.
Tendido como un acordeón, sobre praderas
y terraplenes, el cuerpo se ha dejado vencer,
y está sólo, queriendo obedecer.
Mil noches de espuma, y un castillo en ruinas,
no han de cambiar el sino de ese cuerpo
que se lamenta en la espesura. Brilla,
como queriendo cambiar las cosas.
La luna, fugaz caballo de acero, destila
las semillas del desprecio-.
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