No era el escenario
demasiado poético,
a pesar de que al fondo de mis ojos
se escuchaban los versos
de un amigo vencido.
Noche gélida, viernes, y de repente, un perro;
subsecuente y porfiada distracción
que me arranca el ensueño y me transporta
hasta un abrigo rojo y un cabello radiante,
a una duda noctámbula y a un dolor o desgarro
autoritariamente inesperado.
No supe si eras tú, si era razón el tiempo
de noches excesivas en que hube de soñarte
a fin de resarcirme del silencio,
o si el hombre a tu lado
con la chaqueta y el perfil oscuros,
que parecía creer o simulaba amarte,
era al menos posible.
No era el escenario
ni siquiera poético,
la luz de la terraza, el auditorio,
el testarudo barman en sus barmanerías,
y un lamento ahogado que dejó la garganta
para quedarse a solas en este corazón
que ni entiendes que exista.