Duérmete en mí,
Niño que deseo ser cuando crezca,
Pedacito de tierra
Patria de luz y cieno y cigarrillo,
Para despertarnos sobresaltados
Por el cielo que nos recubre de benignas constelaciones.
Oigo una y otra vez tu piano radiestésico,
Los tenues garabatos que ensombrecieron tus pupilas
Hasta darle brillo a tu mirada.
Si poco hay para decir, que esperen las palabras
En el rincón del cuarto donde nos aplaude la ropa
Este coraje de querernos volátiles y duraderos, tensos y dóciles.
Márcame la frente de vino y sal, que ya mi sonrisa
Te delata. Artífice de días por fuera
De los días, intérprete de aves y del sol
Entre las nubes de viejas historias.
Dame tu mano extensa de verdad intensa
Y el ronquido suave de quien halló una intranquila paz.
Ya la cúspide sangrante de la noche
Nos ha derramado grácil y súbita nuestros secretos,
Largas caricias, matices de trémulos días.
Déjame beber del cuenco que se ufana
En contener el amor infinito,
Déjame unir en este abrazo tus partes rotas
Y sellarlas en mi fuego sangrado.
Déjame mentirle a la alborada;
Todo tiempo ha de ser nuestro tiempo.