¡Que mi mirada no acabe nunca!
Y la tuya...
No hay amor en el mundo
que anegue el estuario
de esta libertad.
Retoza, ella, feliz por los campos.
Los grilletes del amor se abren
a sus pies, vuelo de nardos.
De musas vaga rodeada sin cupidos
romos y desacertados que trenzaron
de laurel y nácar la ilusión sobre sus
labios, todo se le tornaba júbilo de
liras y Decamerón de Bocaccio.
Cuando Afrodita le sostuvo del brazo
con el suave de la miel, la sonrisa,
de lado a lado, pobló su luna y su silabario.
A la postre la diosa apretó el garfio
hasta de herida infectar su espacio.
Fue a la sazón cuando, de un zarpazo,
despedazó el agobio del lazo.
Ahora, sigue ella retoza que retoza
en los prados, praderas y acantos.
Sigue juega que te juega con las musas
y sus amos, que por ser los dioses del
Parnaso rendirán sus tributos al acaso.
Disfruta del ahora, ella, como en lleno
entusiasmo, como si no hubiera un
mañana que la despierte del remanso.
Sabe de sobra que su edén de mantecado
no resistirá el mar de leche que,
como tsunami, derramará Cupido a su paso.
Su anhelada Libertad es un nacer de
Botticelli que, ella sabe, no durará tanto
porque Afrodita, que tiene sus heraldos,
es poderosa en su tropel de caballos.