Donde el cerúleo éter besa la áspera montaña
nace el esplendor de tus irisados cristales,
que se alejan risueños de la agreste braña,
amparo de los feroces fríos invernales.
Los prados sonríen ante tu espejo de plata
como ríen los glaucos sueños en los rosales,
tu refulgencia a la blanca azucena epata
en los claros días de la tibia primavera.
En tu jovial fluir cantas una dulce sonata
con melodías que alegran la verde pradera;
a tu vera trinan los gárrulos ruiseñores
cautivados por la frescura de tu ribera.
Fuiste tierno infante en los primeros albores
y te recreaste de la nieve con la blancura,
y ahora te difuminas suavemente entre flores
de rumorosos colores y suave hermosura.
En silencio peregrinas las noches albinas
y en la luz de la aurora reflejas con frescura
los destellos del sol en tus aguas cristalinas.