Érase una vez
un escéptico increíble tan incrédulo
que no creía ni su propio escepticismo.
Con qué prudencia dijo el sabio Einstein
que \"todos somos ignorantes\" —cierto—,
\"ignaros de distintas cosas\" —claro—,
con múltiples saberes restringidos
—y a veces se me antoja que esto incluso
(jugando a ser estrictamente escéptico)
no pasa más allá de la ilusión,
pues a pesar de toda nuestra ciencia
(¿o acaso justamente por su causa?),
flotamos en la duda tan incómoda,
girando solamente cual satélites
en torno de verdades relativas
(así consideradas… por nosotros,
haciendo del falible juicio humano
el último instrumento de mensura,
siguiendo —de manera no consciente,
quizás— un apotegma milenario,
la célebre sentencia de Protágoras,
de implícita visión antropocéntrica:
“De toda cosa el hombre es la medida”),
verdades que, si son, a fin de cuentas,
resultan obviamente incontrastables;
principios imposibles de cotejo
con nada que llamemos absoluto,
con algo que se encuentre firme o fijo,
pues todo está moviéndose en el orbe,
igual en el dominio subatómico
que en la monstruosa escala hipergaláctica
y allende las fronteras perceptibles.
O bien es muy versátil la verdad,
o bien las que abrazamos no son tales,
ya que estas sufren cambios con el tiempo
—hipótesis, teorías, paradigmas—;
\"verdades\" inconstantes y flexibles
(¿podríamos decir proteica ciencia?):
Obsérvese el constructo de Copérnico
(justicia para el genio de Aristarco,
primero en proclamar que nuestra Tierra
da giros en redor del propio eje
y al Sol circunda en increíble órbita),
remplazo del modelo ptolemaico
(la Tierra inamovible y en el centro,
el Sol y los planetas en sus orbes,
y todas las estrellas en contorno,
pegadas a su esfera cristalina,
trazando su habitual revolución).
Conceptos que varían con las épocas:
hipótesis, teorías, paradigmas;
conforme avanza el tren de su progreso,
¿nos encontramos cada vez más próximos
a la Verdad entera y absoluta,
en una franca relación intrínseca,
cual esa de la hipérbola y asíntotas?
En medio de un océano de misterio
—espacio de pasmosa infinitud,
en un sentido exacto, literal—,
no puedo soslayar la sensación
de que el saber científico (muy amplio),
amén del filosófico (sofístico,
retórico, intrincado, tan confuso),
aunado el mitológico (fantástico),
lo mismo que el (incongruo) religioso
—en suma, la total “sabiduría”—,
son una bagatela desdeñable.
¿Sabemos de manera positiva?
¿Sabemos que sabemos con certeza…
o solo es un creer nuestro saber
y la verdad es otra fascinante
figura grácil de falaz quimera,
la representación sutil de Maya,
la diosa del aspecto, del engaño,
la traza de este mundo fenoménico?
En conclusión (y en contra del anhelo
del hombre y su inherente expectativa),
¿pudiera ser no más que un espejismo
—sin olvidar que somos una parte—
el cosmos de apariencia cognoscible
(la faz del universo fragmentario),
y lo que designamos verdadero,
su antítesis: error, aberración;
nomás un desvarío de la mente,
y, así, la realidad —de fondo y última—,
igual que las mejores utopías,
un punto más allá de toda búsqueda,
por siempre resistible a todo método,
indubitablemente inalcanzable?
Wednesday, June 19, 2019