Eran los días nuevos
las salivas de los labios
constituían una cierta novedad
a la salida de los colegios,
y en los institutos, manejaban
con asquerosa precisión
el concepto de puntualidad.
Algo que nos sirvió de poco.
Eran los días nuevos,
las estrategias despertaban,
los cuerpos se movían
con verdadera facilidad,
el sol resplandecía, las ramas
de los árboles, filtraban menos
la luz.
Eran los días nuevos, a estrenar.
Compartíamos lo que surgía,
una barra de pan, una bombilla usada,
el encendedor de plata del vecino austero.
Y los cobros, las monedas, los pagos,
los besos, dolían menos, como en un día
absolutamente nuevo.
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