Vendados o tal vez cegados
viven aquellos que de mí huyen.
De las apariencias me enseñó mi linaje,
decían que de mi no huirían,
les hice caso y en mi no se ven.
Huir es su mayor deleite,
y entre sus placeres vanos, juzgar.
Del agua salada beben,
y la vierten al limite
donde yo me tambaleo,
cruzando la vida y la muerte.
Soy como un bote
que naufraga siendo el mar.
Toman lo suyo, murmullan
y cuelgan su nido.
Un aquellarre con decisión desierta,
problemático y sin vida póstuma.
No son reflexiones peyorativas,
no deseo mover su nido,
ni preterir su existencia.
Solo debo escribir poesía
para que quiebren en su ego.