Y abrí los ojos dando gracias,
maravillado de la vida,
la que está hilvanada en su delicadeza
de flores y pétalos de colores
y el perfume de la naturaleza
Cuanta belleza ante mi vista,
la magia de la existencia,
el misterio de la apariencia.
Demasiada vehemencia
en la naturaleza diamantina
que desciende de la divina
Inteligencia.
Y en el vivir
algo que actúa
dentro de uno,
no depende de uno,
y sin embargo es el Uno.
¡Ah! La armonía del universo.
El Verbo manifestado.
El sonido en el silencio.
Y todo en un mismo estado.
El milagro de los sentidos,
la conexión con los latidos,
palabras y signos sin agonía,
tan solo vivir,
vivir para la Armonía.
La presencia de los creadores,
las sensibilidades más altas,
el que habla de la existencia sin faltas,
y expresa el sentir de su fuerza.
La pasión de los enamorados,
la más dulce de las acciones,
la más sublime de las manifestaciones,
donde el amor se constriñe
y la fecundidad se genera
en una continuidad que no espera.
¡Ah! el recuerdo que salta
de un lado a otro disperso,
a ratos verdugo, y presente
en el concierto del universo,
palanca que acciona una acción
y luego su reacción,
como generador de la creación.
¡Ah! Los místicos,
los que reconocen su existencia
Superior y maravillosa, y afluente
en el devenir creciente,
que está presente,
que no se ve
y que mueve todo.
¡Ah! los niños,
nos deben recordar
lo que somos,
y lo que seremos,
más no lo vemos,
y mucho menos
lo entendemos.
¡Ah! los niños otra vez,
los que acompañan a la inocencia.
Los que de cuya risa emana la fuente,
donde surgen las preguntas de la vida
una y otra vez,
y la prisa por crecer,
que genera el movimiento
de la rueda que rueda
hasta envejecer.
Y abrí los ojos dando gracias,
maravillado de la vida,
la que está hilvanada en su delicadeza
de flores y pétalos de colores
y el perfume de la naturaleza.