He ganado con creces
este pesado botín
de guerras solitarias y clandestinas,
sin embargo,
no he conquistado nada;
ni un beso merecido,
ni un abrazo bendecido.
He rendido las armas
que nunca tuve y
merezco esta tarde
de lenta llovizna
clavada en el cielo
y en el alma.
Merezco el eterno infierno
del verso inútil,
de los sueños corrompidos
por la infame realidad;
merezco el infierno
de la rosa solitaria
que se marchita
en un campo desolado,
lejos de mi fatigada mano.