Mi primer recuerdo: una ventana,
en la ventana un cielo de tormenta
un aire lívido
lluvia
el estallido seco del rayo.
Todas las cosas ya estaban allí:
el cielo la tormenta
las casas la plaza
la lluvia el aire convulso
durante y después de la lluvia
las nubes
a pique encima de la fachada de la iglesia.
Sí, existían ya la iglesia y la lluvia
las casas y la gente
dentro de las casas
la voz de mi madre desde el dormitorio
el llanto de mi hermano
que acababa de nacer.
El mundo era ya antiguo,
lentamente paulatinamente
se esforzaba para salir a flote
desenredándose a la fuerza para aflorar
delante de mis ojos
abiertos por primera vez y en busca
de algo que pudiera en el futuro
dar un sentido a las cosas
casualmente amontonadas ahí
en desorden, a los sucesos y a las vistas
a las imágenes, buscando un orden
buscando un sentido
que quizá yo guardaría a través de los años
a través del tiempo ya casi innumerable
ya casi aparentemente eterno
desde ese momento en que el rayo
derribó la cruz de hierro
en la cima de la iglesia, fijando
en mi memoria ese instante como primer instante
de mi conciencia del mundo.