La lengua roza el interior
con violencia,
en cada poro germina un cactus
que desciende del pubis a los pies
-con arbitrariedad estética
de enredadera
busco comida
para el mes-
Como si fuese
un juego prohibido
echo mano al reloj
de preciosismo suizo:
la arandela nunca se traba
jamás un traspiés,
exacta y aburrida.
Hay que renunciar
- anuncian los médicos-
no reescribir textos,
no dictar elegancias,
amputar los apuros, determinar
la palabra que condena.
Ser maligno, cortar traje y
apariencia, el destiempo,
añorar el hueco para que ocurra
la conversión del humano en planta.
Morder el hueso,
afirmar la columna
como un jeroglífico inocente.
El cuerpo aclimatado
a genes contradictorios,
el desamor ovula en la vagina,
intruso océano, marejada
de órganos que destilan.
Asumir el riesgo,
ahogarse en los tejidos
multiplicar células
diferentes a la escritura.
Cuerpo atado
a malvas fulminantes
en la absoluta nada
de la sangre cuando cesa
de nutrir plasmas airados,
todo tan cercano y similar
al acto de nacer.
Definirse,
acurrucarse en el estruendo
del corazón de madre,
hacer confianza a la natura,
ser semilla,
pasar a vegetal
porque ha sucedido
lo irremediable.
Destruye el miedo, destruye
esa neurona que hinca rodilla
saca pecho, desahoga
tu ímpetu de huir.
Cuando tengas mi edad
habrás aprendido
a cuidar los ataques estéticos,
la rigidez excesiva.
Todo ha pasado
como un trabajo de perros
drogados de vanidad y de ira.
Mantén la aristocracia:
muestra piedad
por tu ruina de versos.
Eres solo la podredumbre
que quizás germine
bajo el ojo
de esta humilde
herborista.
del Cuaderno de la herborista, 2012
Ya que no he podido entender a los Hombres,
recorto y coso pero no me sale un humano,
me dedico a las plantas