El tiempo y su paso por delante de nosotros es lo que al final crea las circunstancias que nos viene a decir qué lugar ocupamos las personas aquí en nuestra corta estancia de vida. Los tiempos son cambiantes, las circunstancias se vuelven otras y entre estas dos realidad, ciertas, estamos nosotros como simples marionetas tratando de luchar por simplemente sobrevivir cuando al final sabemos que vamos a sucumbir, sí o sí, o dicho de otra manera más risueña: “Hagamos lo que hagamos de esta vida no vamos a salir vivos”.
Alguien me hacía no hace mucho tiempo, más bien poco, una observación acerca de la felicidad; de lo que es o puede significar la felicidad. Yo le pregunté si era feliz a lo cual me contesto que no, que no lo era; a continuación le pregunté si sabía qué era la felicidad y creo recordar que me dijo que tampoco lo sabía, que no conocía qué era la felicidad. Fue entonces cuando acudí a unos de estos tantos y tantos apuntes que tengo anotados y guardados por mi biblioteca y que dejo para ocasiones como estas, son apuntes a los que les veo un significado especial, profundo, producto de una lectura íntima y diferente no tanto de lo que anoto y leo después sino de lo que se escribe y además de quién pudiera escribirlo. Y encontré en esta nota que la felicidad viene a ser algo tan sencillo como “La ausencia de miedos”. Así. Es cierto, no podemos ser felices cuando estamos invadidos y sometidos a los miedo constantes y alternativos; cuando somos reos de éste dado que en ese estado de cosas nuestra única ambición es liberarnos de él como sea, y ocurre que en ese “espacio de tiempo” en que batallamos contra el miedo la vida se nos escapa sin dejarnos rastros apenas de ella; lo venimos a descubrir un día, no importa si antes o después de lo que sea, sólo importa que cuando lo descubrimos vemos también horrorizado cuánto se nos ha quedado atrás y que ya es imposible de recuperar.
La vida, si nos damos cuenta, no es sino una herida absurda, imposible de planificar con certeza dado que es ésta la que pasa cada día por delante de nosotros y nos va dejando atrás a la vez que marcando el camino, todo a lo más a lo que podríamos aspirar es a mirarla desde cierta distancia y tratar de averiguar sus intenciones, adelantarnos unos pasos a ella, pocos, y que sean los suficiente para que nos de tiempo de huir de las sorpresas que nos pueda deparar, sólo eso: estar atento. No están aún lejos aquellos tiempos en que a los jóvenes, yo aún soy joven pero no de estos jóvenes de hoy, se les llenaban la cabeza con la idea “fácil” de ser libres e independientes - ¿libres de qué? -; los hubieron que en verdad dieron aquel gran y arriesgado paso de comprobar qué era y qué significaba ser libre e independiente de verdad y entre aquellos está éste que les escribe y que dio el paso de ir a vivir a 3500 km de su casa solo y además en países de lenguas distintas. Hoy estos jóvenes que viven en estas circunstancias y estos tiempos de pretendida y frustrada “independencia” ven, entristecidos, que a la única independencia a la que pueden aspirar, salvo excepciones, claro, se reduce a unos pocos metros cuadrados de espacio y recorrido y que son los que cubren ese lugar de detrás de la puerta de su cuarto de dormitorio, ahí queda encerrada toda su independencia, todos sus años y sueños si es que alguna vez supieron qué querían y qué fueron éstos.
Todo esto de aquí arriba no es sino un pensamiento instantáneo y repentino que acudió a mi cabeza ayer domingo por la mañana cuando como de costumbre me acerqué a uno de los tantos rastros y ventas de libros usados que cubren algunas plazas de mi ciudad los domingos por la mañana. Más aún cuando anoté en mi libreta de apuntes unos renglones a modo de referencia de la novela póstuma de José Saramago, “Claraboya”, escrita en 1952 pero no publicada hasta después de su muerte reciente aquí, en la isla canaria de Lanzarote.
Fragmento de Claraboya: “ Por entre los velos oscilantes que le poblaron el sueño, Silvestre comenzó a oír trasteos de loza y casi juraría que se transparentaban claridades a través del punto suelto de los velos. Iba a enfadarse, pero de repente se dio cuenta de que estaba despierto”
Al leer esto fue cuando comencé a pensar, en parte, lo que después, ahora, he dejado escrito no sin antes dejar también algunos apuntes acerca de qué y cómo lo quería escribir.
Lázaro.
Publicado en El Diario de Las Palmas, 2011.