Carlos Eduardo

F A S T I D I O

 

Yo no tenía qué decir

por lo que no dije nada.

 

Pero en realidad podría haber dicho tantas cosas,

estaba dubitativo.

 

El discurso habría sido, posiblemente, un tanto incoherente o derechamente así.

 

Sería porque la vida propia para si mismo de cada ser humano me dice poco.

Y se me abre un mundo cuando éste interactúa por el bien de los demás.

Pero me generan repulsión si sus acciones producen daño.

 

Por ello, por muy amorosa ella, simpático él, si no se las juegan por nobles causas

enmudezco, ya sea en su boda, en sus responsos, en sus celebraciones;

en contrario sensu, fluye, con calor en mi corazón, la palabra

cuando la arena de su vida es otra:

los demás.

 

Uno no es nadie sin el resto,

no tiene interés el centrarse en:

el propio ombligo,

la autocomplacencia,

la autoflagelación,

la autocompasión,

las aflicciones propias,

los éxitos personales,

...

 

Tales situaciones sólo son valiosas si se traducen en hermosos cuentos, poemas fantásticos, experiencias fascinantes,... si no son una lata.

Y cuanta lata debemos tragarnos a diario.

 

En consecuencia, generalmente, lo importante es el otro.

 

Como muy pocos influyen, grandemente, en la vida de la inmensa mayoría de los humanos, es que aquellos escasos que producen tanto mal deberían ser aislados de la sociedad.

 

Y a los aburridos, callarlos de una buena vez.

 

Decir más, podría llegar a ser, un tanto, contradictorio.