El puente se mira eternamente en el espejo
de unos transparentes cristales que nunca paran,
que siempre son los mismos y siempre son distintos,
que siempre reflejan su misma y distinta cara.
Sus hechizados ojos con parsimonia miran
el persistente fluir de las cristalinas aguas,
que en su corriente se llevan los sutiles sueños
a lejanos territorios de verde esperanza;
impertérritos contemplan el curso del tiempo
que bajo su perdurable imagen fluye y pasa,
sin que una milagrosa mano lo detenga
en su loca carrera, febril y atormentada.
Bajo él pasa el viento, pasa el dolor... y las penas,
pasa el tiempo, pasa la vida y fluyen las aguas,
bajo él pasa toda nuestra efímera existencia
y permanece su eterna imagen reflejada.