Aislado lo excitante de la noche
y el reloj que anunciaba un nuevo día,
duerme la ilusión que trascendía
como eco en el silencio, a derroche.
No hubo voces tejidas con reproche:
por cada amanecer que se perdía,
por el giro del aire en la grafía,
por la aguda mudez de medianoche,
al conocer lo oscuro de la luna,
al apagarse el brillo de una estrella,
al secarse el vergel que pena acuna.
No se rinde a la herida el desaliento;
seca, en la almohada, está la huella:
sal y agua en laguna de lamento.
El silencio no es voz para el hambriento;
del silencio surgen los enigmas
y de las respuestas, paradigmas.