Ha pasado un ángel, dicen
cuando el silencio de repente
cae encima de un grupo de gente
reunido en pláticas felices.
El ángel pasa dejando
atrás de sí un vacío
que se llena de por sí como cuando
vuelve a nivelarse un río.
Nos quedamos como desnudos
sin saber de qué más hablar,
se nos cierra en la garganta igual que un nudo
la palabra que íbamos a soltar.
El ángel es quizá un demonio
que solo se mofa de nosotros
o más bien es un testimonio
de cuánto nos odian los otros.
Sea cual sea la razón
por la que el ángel pasa,
es nuestra natural inclinación
que nos pillen con las manos en la masa.
Los ángeles que Tomás ha visto
en su exacta potencia
de superior inteligencia
eran quizá unos ángeles sin Cristo,
es decir unos ángeles purísimos
sin una pizca de materia humana
productos de cálculos altísimos
de pura y sola inteligencia arcana,
unos ángeles del todo indiferentes
a nuestros problemas cotidianos
que, a diferencia de Cristo, justamente
no nos consideran sus hermanos
Pasan de largo y ni siquiera nos miran,
contemplan solo ese motor inmoto
alrededor del cual giran y giran,
esos ángeles engreídos y algo chotos.
Pero si no existiéramos los humanos
con todos nuestros disgustos y líos
sus ingenios sobrehumanos
darían vueltas en el vacío.