Te recuerdo con tus manías de nereida, envolviendo con dulces alabanzas a los marinos extraviados…
Mi soledad de entonces se refugió en tus besos y mi vida se alimentó de tu calma…
Te confieso que mi alma no respiró sino fue con tu aliento, que soplaba suave como el viento cada noche…
Entregado al dominio consentido de tus caricias, tu piel fue mi abrigo y mi escudo ante mis miedos…
Nunca hubo tormentas a tu lado y tu presencia fue la estrella más brillante en mi cielo y eras…
El amor de mi vida.