En el arrullo rítmico de los grillos, llega la noche; qué arropa de serena oscuridad y brillos tiritantes estelares. Mientras que, él que escribe, llano y sobrio, le dicta al corazón las extrañezas de la razón; bella esperanza de expresión fortuíta.
Durante el agravio de la ausencia del alma, el corazón tiene que portar con honra la voz del poeta: sus cantos, sus verbos y sus versos. Siendo por la musa y para la musa cada palabra que se exprese; mi amada, alada y dorada, encarnada en conjunto con su cuerpo, a éste corazón y a mi alma errante.
En lenguaje prosaico de palabras sutiles y habituales; con el decoro de un seudo poeta, de rugido mudo; más el recato retórico del eterno clásico y la audacia del modernista; con la sencillez franca y filosófica; en una sola palabra, con la casualidad del amante.
Te diré, deificando tu belleza, qué la magnificencia y nobleza de tu voluntad, es gratamente, afable y amena. Qué la concordia armoniosa de nuestra discordias, se interceptan al eje de las abscisas, justo en el punto de equilibrio, donde se unen nuestras vidas.