La miré por la tarde meditando
en un banco del viejo monasterio,
a su rostro, con bello rasgo hesperio,
blanca nube lo estaba circundando.
Observé su figura que flotando
se perdía en incógnito hemisferio;
parecía salir de un cautiverio
que a su vida tenía marchitando.
Le pregunto por qué tan abstraída
en los muros musgosos del convento;
y me dice sonriente, y decidida:
Fui novicia y cambié de pensamiento;
por el fuego de amor con luz prendida
que ilumina del alma su cimiento.
Autor: Aníbal Rodríguez.