Qué hago ahora,
que todo ha terminado,
después de tantas noches gastadas
tantas horas derrochadas.
Por un amor que por error
se nos escapa entre los dedos,
cuando la tristeza abandona la garganta
y se convierte en azul ceniza.
¿Qué hago ahora,
que a la muerte fiel amante de cronos
se antoja un horizonte a solo millas de mis costas?
¿Qué hago ahora,
que hasta el sol se esconde por pena
y las estrellas
van a dormir al otro lado de la noche?
¿Qué hago ahora, si eres ausencia,
si te has convertido en un inevitable poema que escribí bajo la luna
y lo leo a los pájaros ausentes en la madrugada?
¿Qué hago ahora, si sigo pensando en ti
y no consigo fingir en otras camas
que anhelantes esperan?
¿Qué hago ahora, si te busco en cada rostro, en cada intento,
en cada nube que se desvanece en una puesta
en cada pensamiento que acecha
y no estás, no te encuentro y se me desgarra el alma?
¿Qué hago ahora si ya no eres la otra parte de mí
que se refleja en cada espejo que se quiebra?
¿Qué hago ahora, si en cada lluvia estás adherida a mi carne
como molusco a la roca fría,
como húmeda niebla con alas de invierno,
como un recordatorio que algo está muriendo?
¿Qué hago ahora, que la sonrisa se aleja?
¿Cómo la tempestad que se confunde en la distancia?
¿Qué hago ahora, que ya no siento el delicado roce de tu piel,
sutil terciopelo de una rosa
y solo siento las espinas que me hincan?
¿Qué hago ahora, que las sombras ocupan los espacios vacíos
que mi alma naufraga en otros puertos
que no entienden mi barca?
¿Qué hago ahora que no te tengo?
Porque vivir así es morir en el gris hastío de un silencio.
Tal vez entonces deje una rosa olvidada en aquel puente donde solíamos ir
frente al mar y cuando la recojas te recuerdes de mí.