RIMUZ

LOS CONEJOS DE JULIO

Basado en un cuento
de Julio Cortázar

 

 

Lo tenía todo preparado. Presto oído, duras cábalas, y la montaña transpirando sus nubes de mosquitos que con facilidad buscan mis brazos y piernas desnudas en mi atuendo deportivo cuando se me atravesó un conejo.


He de decir es algo muy extraño ver uno en esta escalada matutina donde tantos días disfruto del ladrar de los perros vigilantes de sus parcelas y pequeñas fincas ganaderas y el mundo se desliza a su propio ritmo.


Otro más, y otro más. En total son diez. Pasaron alucinantes atravesando el sendero de los caminantes.


Los sigo con la mirada. Se adentran en el pastizal donde las vacas equilibristas características de esta falda montañosa hacen su vida entre cafetales extraviados que alguna vez dieron gusto en sus granos y, ahora, ya improductivos, solo sirven para recordar a los andantes como deben cuidar siempre sus cabezas si no quieren recibir golpes.


Todo es culpa de Cortázar quien a bien tubo dejarles escapar del closet donde los tenía a buen recaudo después de haberlos vomitado uno a uno mientras pensaba escribir su “carta a una chica en París” y, tanto esfuerzo para nada, si al final no hubo carta, sólo sus muebles ruñidos y arañados por los dientes y las pequeñas pezuñas de estos blancos e impertinentes peludos ahora cavando una madriguera entre las patas de las vacas y el ladrar de los perros alborotados por su presencia.


Ya Cortázar no está en Buenos Aires, ni en París.


Se fue a Montparnasse a hacerle compañía a Vallejo y quien sabe a cuantos más con obsesiones de letras.


Fueron más fuertes las creaturas del bestiario. No es para menos, pero los gustos cambian. Ahora cada uno es un planeta sin astros en riesgo de coaliciones entre millones y los conejos lo saben.


Buscan llegar con su madriguera al mismísimo Montparnasse atravesando el planeta entero.


Prefieren ser tragados de nuevo por la calavera de Julio, si es que aún existe o, bañarse en su polvo que al fin y al cabo, algo habrá en este del seso iluminado que los concibió para dejarlos después a la deriva en un mundo donde ya no hay para ellos cabida.

 

RIMUZ – CIGORG MR