Solo un resplandor. Era lo último que iba a ver antes del final.
Escuche el sonido de la bala entrando en la cámara. Ya me habían dicho que no jugara si no estaba dispuesto a perderlo todo.
De todas maneras había aceptado. ¿Qué más podía perder? Estaba en la ruina. Una serie de eventos desafortunados habían hecho de mi vida un completo desastre. Mi vieja había muerto en un accidente hacia unos meses; perdí el trabajo por culpa de la depresión que eso había resuelto; consumía un coctel de pastillas psiquiátricas diarias que me dejaban incompetente durante todo el día. Clonazepam, Sertalina, Risperidona, etc., eran tantas que ya había perdido la cuenta y los nombres de cada una.
El doctor hablaba mientras yo me quedaba viendo un cuadro de esas manchas que usan los psicólogos para entender que pasaba por tu cabeza. Recuerdo haberle dicho que no entendía porque tenía esa imagen en la pared. Parecía una gran explosión de sangre coagulada.
El doctor me miro seriamente y siguió escribiendo en la receta… una nueva droga a la colección.
¿Qué importaba? Ya lo había perdido todo. Lo único que tenía que hacer era jalar el gatillo y… la luz ¡BUM! Ni siquiera iba a sentir el dolor. La bala perforaría el cráneo, atravesaría el cerebro y saldría por el otro lado salpicando a los demás.
Se me ocurrió que era un juego interesante. Acá el que perdía tenía que limpiar. Sonreí ante la idea de que los demás iban a tener que juntar mis restos de masa encefálica, metiéndolo todo en una bolsa y tirándola a la calle. Hasta imagine que quizás unos perros, en busca de algo de comer, iban a romper la bolsa y se lo devorarían.
Caos, luz y luego, el vacío. Parecía una buena metáfora de Hesíodo, pero ya está ¿Qué más importaba? Tanto conocimiento de nada vale cuando se tiene destruida el alma.
Buenas noches.