Andar en silencio, con la frente en alto.
Mirar, contemplar cada detalle que te rodea.
Escuchar los sonidos que llegan, sean cercanos o lejanos.
Oler cada aroma, perfume, fragancia que fluctúa en el ambiente.
Tocar, acariciar, para poder captar la sensación del tacto, suave, rugoso, espinoso.
Saborear lo dulce, amargo, ácido, insípido de la vida misma.
No negarse a nuevas sensaciones, emociones o sentimientos.
Dibujar con los cálidos pinceles de la memoria, el rostro amado en la distancia. La mirada de ese ser que jamás veremos; la sonrisa expresiva de quien ya no está.
Sentir los latidos del corazón, mientras seguimos esa sutil intuición que nos lleva a lo desconocido.
Cerrar los ojos y respirar, solo respirar entregándote al momento.
Confundirte en medio del paisaje, caminar descalzo sintiendo la madre tierra, zambullirte en las profundas aguas de tu sutil misterio, deleitándote con la armónica melodía de tu esencia.
Desprenderte de todo aquel peso que no te deja alzar el vuelo, antes de que sea demasiado tarde para hacerlo; pues la vida se cuela, lenta, muy lenta entre los dedos.
Ser, solo ser, vivir, solo vivir, confiar….