Gritarle a tanto oído sordo
con impotencia que aprisiona el pecho;
ser carne de cañón, ser un pertrecho,
envidiarle tanta grasa a tanto gordo.
Secar la lágrima que deshidrata,
tratar de sonreírle a la patada;
vivir con esta muerte que no mata
que se divierte dando la estocada.
Buscar cobijo a cielo abierto,
abrigarse con la noche y con el miedo,
sufrir en cada hora el desconcierto,
respirar polvo de muertos triste y quedo.
Aferrarse a la esperanza de que el ciego
pueda mirar al fin este camino,
aquel que va tatuando a sangre y fuego
en toda nuestra retina el cruel destino.