“¿Qué cosa hay que poner en una obra para
durar? Se diría que la gloria es una lotería
y la perduración artística un enigma. Y a
pesar de ello sigue escribiéndose, publicándose
leyendo, glosando.
De Julio Ramón Ribeyro en Prosas apátridas.
La necesidad de escribir es algo que una vez se siente desde el interior de uno mismo viene a ser como una adicción para la cual aún no se ha descubierto cura dado que la necesidad imperiosa de hacerlo nace al mismo tiempo de la misma necesidad vital que alimenta el placer de leer. Uno fue lector antes que escritor y por ahí, por ese hecho, fue que descubrí que detrás de la máscara de un ferviente escritor se esconde siempre el alma de un lector. Dicho esto a mi me ocurre que, como también dijera Luis Borges, yo me siento más a gusto y orgulloso de los libros que he leído que de los escritos que he dejado en periódicos, revistas y otros espacios de la Red para tantos y tantos otros en todo el tiempo en que llevo escribiendo.
Sin embargo conozco a muchas personas – comencé a descubrirlo siendo muy joven en Inglaterra – que son lectores acérrimos y jamás han escrito un solo renglón en toda su vida y es que no tiene porqué ser necesariamente así: lector y escritor a la vez dado que no todas las personas tienen las ideas o el gusto de convertirse en portadores de un mundo aparte y que nace del conocimiento que adquieren de otros así como también de otras lecturas y del poder que cabe y está dentro de su imaginación. Los que nos convertimos en seres apartado de esta sociedad y por lo tanto en gente solitaria por vocación a la lectura y a la escritura resulta que alguna vez nos hemos preguntado – como me ha ocurrido a mi en infinidad de veces al principio, ya no tanto hoy -, ¿en qué consiste y en qué se sostiene esta fuerza casi invisible que empuja al que es escritor y al que es lector a entregarse de forma y manera voluntaria a un trabajo la mayoría de las veces improductivo (uno escribe y el otro lee) que les consume gran parte de su tiempo e incluso de su vida y que es también el origen de innumerables renuncias, sacrificios y otros asuntos?
Razón número una: “La lectura de ficción es una droga y el lector de ficciones es un adicto”. Esta frase, como tantas otras la tengo anotada desde hace ya un tiempo largo en años y se la leí al escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez que la tiene en su libro El arte de la distorsión publicado en 2009 en el cual habla sobre lo que él considera la ética del lector y que, dicho sea de paso, comencé a cuestionarme todo ese submundo que hay detrás de eso que llaman o hacen llamar “plagio intelectual”. Cuando leí de él sobre estos temas llegué a la conclusión de que para estar en paz perpetua con el mundo que le rodea el lector necesita saber que hay un otro “mundo” de ficciones de la misma manera que el resto de los mortales necesitamos respirar y comer para sobrevivir. O sea: aquí lo que hay y existe es la presencia de un escritor que necesita descubrir, crear o inventar ficciones porque a su vez hay lectores que las necesitan y a su vez las reclaman o incluso se diría que también las inventan.
Pero ocurre una cuestión de la que se habla más bien poco y mal y es esa que es y dice, o nos preguntamos: ¿Trafica el escritor con la materia de sus libros o novelas? Yo digo que no solo trafica (que recoge el conocimiento de otros y en otros) sino que incluso necesita de inventar y consumir esos productos (conocimientos) a partir de lo que aprende de otras lecturas, de su otro tiempo de lector. Cuando nos paramos a pensar en todo esto ignoro si nos damos cuenta o si hemos descubierto que nos hemos convertido en una sociedad que representamos a una secta: una secta de consumidores y traficantes de literatura o de conocimientos literarios y en definitiva de pensamientos incluso algunos de ellos ajenos.
Razón número dos: el lector no es sino un apartado de esta sociedad por voluntad propia lo cual le convierte en un rebelde que se niega por sistema a aceptar lo absurdo de esta vida tal como nos la presentan delante de nuestros ojos, de ahí que, por ejemplo, yo mismo sostengo que soy y me considero escritor (persona que simplemente escribo sin mayores o grandes pretensiones) por puro acto de rebeldía. Quizás, y sin quizás, deba decir que en parte esta rebeldía también me viene o me llega del hecho y del conocimiento cierto de que no podamos vivir más que una vida, ésta, al mismo tiempo y que la entienda, como así lo dijo también el escritor Milan Kundera, como “El planeta de la inexperiencia”: se nace una sola vez y nunca se podrá volver a empezar otra vida con la experiencia de la vida que en un momento dado vamos a dejar atrás.
Deberíamos saber, si supiéramos aprender más y mejor, que en cuestión de existencia aquí la “suma” de conocimientos implica también una serie de “restas” o lo que es lo mismo: elegir quiere decir e implica decir “sí” a algo y al mismo tiempo decir “no” a muchas cosas que tal vez se perderán para el resto de las vidas y de ahí la importancia, creo yo, de ese tiempo de lectura y de escritura que deberíamos aprovechar en cuestión de conocimientos ya que estamos aquí y de paso.
Lázaro.