Ayer fui a saludarte
y me detuviste un segundo.
Pusiste tu mano en mí
y dejaste que el ambiente
fuese decorado por las voces
de los espíritus buenos.
Y la luz, tenue, presente, aunque tímida,
nos hizo de abrigo en aquel momento...
nuestro único abrigo.
Y miré tu máscara que no me deja verte del todo
y fingí que no estaba ni existía,
como si mi mente pudiera traerte
en desnudo.
Sabes que te adoro,
pero me cansa no poder verte a los ojos.
A veces no sé si te imagino más que te contemplo.
¡Ay, amante! ¿Por qué así?
Te gusta lo escondido,
la pasión oculta,
el deseo que late y late por tenerte,
aunque sea sólo con mis ojos.
¿No podríamos conocer las dichas del amor sin lo secreto?
¿Algún día accederás a mi capricho?
Dios, ¿por qué adorarte no puede ser de otro modo?