Si estás, de mí, a marcharte decidida,
un triste devenir a mi alma oprime;
abandona esa idea que suprime
el dolor que me infringe tu partida.
Guarda el orgullo que en tu pecho anida,
y la aspereza y el rencor reprime;
busquemos la razón que nos redime:
dando paso al amor, lo aciago olvida.
El desmedido amor que te profeso,
el duelo que me da el poder perderte
me hace un convicto de tan dura pena
que a Dios con toda el alma le confieso:
me llegue sin tardanza ya la muerte
si a vivir sin tus besos me condena.
Soneto reeditado: nueva versión.